Bien. Perdón. Soy muy obsesionada (perdón, por ahí les suene aburrida, aunque no lo soy, les juro!). Pero estoy enamorada de manera ficticia de un hombre que quizás existió o quizás no. Esto pasa muy seguido y no hablo de mí. Hablo de la cantidad de chicas que se enamoraron del Romeo vampiro Edward Cullen, o del mago tan valiente Harry Potter (YO) o de los sex symbols nuevos de One Direction (Por Dios, Harry está muy fuerte). No las/los culpo. Yo también los adoro.
Bueno, yo soy una loca de las películas de época antigua, y ojo, porque en realidad no vi muchas, pero las que vi me encantaron: Anna Karenina, Pride and Prejudice, María Antonieta, La Duquesa, entre otras que no recuerdo el nombre.
Si les explico el por qué, se debe a la ropa principalmente (esos vestidos gigantes me vuelven loca, nada que ver con la moda de ahora de que menos es más), los modales: los caballeros que le dan besos en las manos como gesto de saludo a las damas, la inclinación de la cabeza, etc; los bailes: esos vals me vuelven loca, me dan ganas de bailar inmediatamente música clásica; los peinados: tan bellamente recogidos con pequeños detalles que quedan muy muy bonitos, y por supuesto, la decoración, las grandes casas, espaciosas, tan delicadas, artísticas.
Le puse de nombre Conde Vronsky a esta entrada porque, como dije antes, fue el personaje que más captó mi atención mientras miraba a Anna. Esa forma de caminar, con los brazos atrás, la cabeza alta, y los ojos turquesas perturbados, enamorados cuando tienen a Anna justo al frente de ellos. Me encanta. ¿Cuántas veces hemos deseado que nos miraran de esa forma? Aparte de que es un hombre muy apuesto (sacando por supuesto lo lindo que es el actor en persona). Imaginate estar rodeada de hombres así, con esa porte tan caballerosa. Perdón, yo no soy fan de los hombres malos (aunque millones de veces me enamoré de idiotas).
Imaginate con un gran vestido de seda de color azul marino, perlas reales en el cuello, en las muñecas. Y recapitulemos una escena de la película (si no la viste, bueno, perdón).
Entras al salón donde la princesa Betsy te espera con las otras princesas, amigas de ella para dar una gran sorpresa (pero a vos obvio, sólo te interesa verlo a él, al Conde). Entras, sin marido. La gente te ve y se inclina: sos una mujer muy respetada por la sociedad de Moscú, tanto por tu belleza como por tu inteligencia . La princesa Betsy se acerca a vos bailando y te dice que él ya no está, que se había ido y entonces, la cortina roja espléndida se abre al igual que el techo y una lluvia de colores se esparce sobre la noche. Te inclinas, y probablemente arrepentida, dolida porque no lo ibas a poder ver más.
Entonces, un hombre con pelo enrulado rubio y ojos turquesas, y un traje blanco de militar exquisito, para el coche y decide volver.
Escuchás una voz seductora y grave: ¿Querés un helado?
Te das vuelta, un poquito sorprendida.
- Los helados están siendo servidos.
Se miran unos segundos.
- Prefiero probar un cigarrillo.
El Conde saca de su cigarrera un pequeño cilindro lleno de hierba y lo enciende sobre tu boca. Aspiras y te atragantas. Sentís que una mano suave y firme desciende desde tu hombro hasta tu muñeca, tocando esas suaves perlas, estremeciéndote la piel.
- Coraje.- dice él, fumador experto.
- Probaré otro cigarrillo algún día.
- ¿Cuándo? ¿Dónde?
- Cuando creía que tus modales habían mejorado desde Moscú, no es así. Te comportaste mal. Muy mal.
- ¿Quién es la responsable de eso?- te sonríe secretamente, a centímetros de vos.
Bien. Una fantasía. Ahora volvamos a la realidad. Entras una fiesta, llegas tarde porque el policía de la entrada dice que sos menor de edad, pero igual te lo chamuyas un poco y logras pasar. Tenes el topsito hipster de cuero y un short de jean vintage, con terribles tacos en los pies. Tus amigas están en la barra, tomando con los demás chicos de tu grupo de pares. Buscas entre la multitud. No está, te decepcionas, pero no borras esas ganas de adrenalina que tenes adentro: Es viernes, en una fiesta, en el fondo sabías que iba a ir.
Cinco minutos después de que tus amigas te cuentan que el pibe que estaba poniendo la música era algo mucho más que lindo, por la puerta entra esa persona. Ese chico que te vuelve loca desde hace muchos años, o desde hace muchos viernes que lo ves y querés hablarle, enganchártelo.
Está ahí, fachero como siempre, haciendo click en su celular. Con una musculosa vans, un pantalón rosita claro, zapatillas y hasta te imaginabas el olor de su perfume.
Lo miras disimuladamente, con un vaso de vodka y jugo tang en la mano, tomado de a sorbos chicos. Te das vuelta, no vas a tener oportunidad.
- ¿Querés bailar?- era una voz desconocida pero que querías escuchar hace mucho tiempo. Sonreís.
- Primero quiero hablar, después bailamos, si se da. Y si no se.- paras y agregas. El chico era muy lindo. No le estabas errando, se apoyó contra la barra y te miró fijo.
- Y si no, seguimos hablando.- contestó él, también riendo.
¿Ven? ¿Ven que lo que cambia es la moral pero no las sensaciones en sí? Para mí lo mismo que siento ahora puede haber sido exactamente lo mismo que muchas otras damas, princesas, duquesas, baronesas, sintieron en cualquier otro tiempo. No cambia nada. Cambia la forma de hacer las cosas.
¿Cuál te gusta más, la fantasía o la realidad?
A mi, no sé. La fantasía.
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